Qué dulces que son las cosas cuando uno es niño. No cambiaría ni una sola de las historias contadas por las abuelas. En ese tránsito pasarían tantas personas, desconocidas experiencias, cientos de rostros, de voces, saludos y sonrisas. Veo a mi gente de siempre y también recuerdo a los que no están.
En esa Coyhaique con viejitas vendiendo verduras en un canasto, conocí a un obeso señor risueño y afable por siempre, el bodeguero y licorero de la calle Lillo don Benjamín Velásquez. Cuando él muere, la calle Lillo con Lautaro y todos los sectores adyacentes parecen marchitarse y entristecerse. Como si el alma de la fiesta cerrara por última vez la puerta de un regocijo familiar que ocupó ese territorio de almas amadas.
La alegría de Velásquez
Don Benjamín es tan inquieto y alegre, que donde fuera y estuviera de inmediato se animaba todo, subía el volumen de la alegría para lanzar la broma justa con ingenio y agudeza. Manejaba sus negocios con suma habilidad desde que abría las vitrinas hasta las reuniones de la tarde con sus amigos huasos y los viajes al lago. Llega a la primera provincia el año 1928 desde la natal Curaco de Vélez y sus primeros trabajos son de auxiliar y repartidor de vinos para su patrón Antonio Munill de Puerto Aysén. En medio de la soledad del puerto, aunque con una actividad comercial muy superior a la de Coyhaique, Velásquez se las arregla para hacer frente a las más variadas experiencias comerciales con los grandes comerciantes de Puerto Aysén.
Velásquez se vierte como pájaro de vuelos altos, altísimos se diría. El año 1935 se viene a Coyhaique a trabajar definitivamente y encuentra a Cándido Franch, un vasco simpático que en aquel tiempo se encuentra manejando una industria del agua y licores, proponiéndole a la naciente ciudad no sólo disfrutar de los mejores barriles de agua (tan cómodos y puros a sólo 10 centavos cada uno), sino también del mejor licor casero de la provincia. Ahí llega por primera vez don Benjamín, a la recordada Bodega La Catalana de la calle Moraleda, adonde casi siempre me dirijo cuando niño a comprar las exquisitas primeras gaseosas. Aquel mismo año conoce a la que sería su esposa, la señorita Enedina Morales, con quien contrae matrimonio a fines de 1935 y de inmediato decide independizarse, construyendo un vistoso local en Lillo con Lautaro. El avance es vertiginoso y pronto adquiere campos y propiedades tanto en las cercanías de Coyhaique como en el sector del Gran Lago, adonde comienza a surtir a los sectores más apartados de la provincia. Con espíritu altruista arrienda aviones, dona terrenos para construir pistas particulares y nacen las canchitas de Chile Chico, Cochrane, Valle Colonia, Ibáñez y Lago Verde. Construye casas en Coyhaique y una impresionante propiedad en Cochrane donde funciona el Hotel Wellman y otra en villa El Blanco con otro hotel.
No puedo olvidarme de los carnavales cuando pienso en él. La fiesta de las calles, en un ambiente de mascaradas y jolgorios.
Las fiestas primaverales
Los tiempos de la alegría y la diversión son costumbre bajo los cielos coyhaiquinos de los cuarentas. En 1944 une a dos ciudades en torno a la alegría de los carnavales: Coyhaique y Puerto Aysén. Esa loca fiesta se ha pensado como una forma de reunir fondos para el Cuerpo de Bomberos. El dinero conseguido alcanza incluso para comprarle juguetes a los niños. Nace vigorosamente el Carnaval Inter ciudades, con fiestas muy emotivas que duran exactamente un mes. Es elegida entonces la juvenil Mercedes Echaveguren, por una ventaja bastante considerable. La estudiante del liceo acaba de cumplir primaverales diecisiete años, y su encanto y juventud destacan por sí solos. Desde todos los sectores del río bogan las remeras alianzas en lanchas y botes bien ataviados que confieren un impacto visual sin precedentes. Veo hace años una foto de álbum, quebrada y arrugada, bastante borrosa como la mayoría de esas imágenes antiguas. Las calles del puerto parecen cobrar vida cuando son invadidas por las tertulias, las comparsas y los carros alegóricos.
Todo un pueblo se incorpora con las juntas de acción, los vecinos, las autoridades, los comerciantes. La música se deja oír por los parlantes que vociferan en plena calle Chile-Argentina. Algunos grupos idealistas ya están pensando en implementar las primeras transmisiones radiales en el Hotel Plaza, cerca del Liceo. Casi no se escucha la voz de la gente.
A medida que avanzan los días, la figura de la señorita Echaveguren va ganando espacios en medio de una atmósfera desbordante. La Fiesta de Integración culmina el último día del año, 31 de Diciembre de 1944, con la original celebración de Año Nuevo más grandiosa. Los Almacenes Coyhaique representan a los ingleses de la Compañía con don Alberto, a la sazón, empresario del comercio establecido y destacado contable de la estancia.
El gigantesco espacio de los almacenes, ocupa la esquina de Bilbao con Roberto Horn. Sus secciones están divididas en varias áreas tanto en primero como en segundo piso. Hasta ese lugar llegará la delegación aysenina, comandada por la Reina Mercedes Primera, acompañada de sus consortes, señoritas De la Cuadra y Pardo, junto al Generalísimo de la Campaña, nada menos que el rector del Liceo de Puerto Aysén, el profesor de Matemáticas Sansón Radical al que acompaña su Rey Feo, Dagoberto Tenorio. Una de las más destacadas peticiones de la reina, la constituye el Decreto de Libertad a un reo de la cárcel de Puerto Aysén, el que es cumplido a cabalidad con los respectivos permisos del Alcaide. Ésta se constituye en una obra que recibe todos los elogios posibles. Con el reo y la comitiva, parten en elegantes automóviles rumbo a Coyhaique, haciendo su entrada triunfal por las calles en medio de sonidos de cláxones y ronroneos de motores Ford-T. Son más de doce autos de la época que se apoderaron de la ciudad a oscuras para ingresar triunfalmente a las calles principales y estacionarse frente a los Almacenes Coyhaique, donde ya están las alfombras desplegadas para agradecer a una reina feliz la alegría del año nuevo.
Después sólo quedan los resabios que confieren las últimas escenas, con una pista de baile colmada de gente de ambas ciudades, un intercambio de afecto maravilloso y la orquesta interpretando valses de Strauss y piezas clásicas alegres. Mogens Schulling rematará los bailes con la preciosa reina, un bullicio indescriptible donde la integración cobra su primer tramo, y un fin de fiesta que se prolonga hasta la mañana del día siguiente. Aunque se logran objetivos y se recaudan dineros para la navidad de los niños pobres, lo más importante es que aquella fue una fiesta global, con aires de amistad y triunfo del espíritu.
Aysén duerme luego de la fiesta del crepúsculo. Y las historias serenas siguen alimentándonos como en una particular desbandada.
El naciente comercio establecido
Estoy rodeado de cuartillas de periódicos antiguos que aparecen doblados y amarillos, ya a punto de deshacerse y convertirse en polvo. Por esos otros días de los 40 hay muy pocos empresarios y comerciantes que invierten en avisaje. Prácticamente se repiten los mismos. Circulan algunos impresos con el aroma de tintas recientes. Hay avisos de diversa índole ya sea para ofrecer mercaderías recién llegadas del vapor de la madrugada o para simplemente proponer una imagen de marca. El recordado Expreso Aysén avisa a su público favorecedor que a contar del lunes 12 dispondrá de un microbús especial a Puerto Aysén con horario de salida a las 8 de la mañana y los domingos a las 9, reza uno de los más populares. Edilberto Rodríguez, contador general con licencia 9883 ofrece sus servicios profesionales en una nueva oficina de la calle 21 de Mayo y añade servicios especiales al público de Chile Chico, Balmaceda y Puerto Aysén. Otro: la casi mítica bodega de vinos Lapostol y Cárdenas ofrece a sus clientes desde Temuco y Cauquenes una importante existencia de barriles chicos de vino para ser transportados por pilcheros. El fundo Santa Elena de Pedro Quintana Mansilla coloca un vistoso anuncio en la página 6 donde ofrece toritos y vaquillas fina sangre Durham Shorthorn. En la misma época la Casa Brito de la calle Condell promociona colonias, cremas, brillantinas y gominas de la marca Brancato y Williams. La Ferretería El Martillo exhibe sus nuevas máquinas de cortar pasto y rastrillos made in Chile.
Una ferretería que gana muchos adeptos en la ciudad, es atendida por los señores Colomés y Martínez. Está ubicada en Prat esquina Bilbao, y ofrece metros carpinteros, hornillos, piedra alumbre, hachas y picotas. Destacan también los anuncios de la Talabartería Dagoberto Soto, la Frutería Riffo, la Curtiembre Alonso, Provisiones La Rural de Carlos Asi, el Restaurant Llanquihue de la calle Colón, el Bar La Bomba y el Hotel Roxy.
Una escasa guía profesional, publica servicios prestados, donde se afanan los practicantes María Hormazábal y Juanito Reiñanco que atienden en su casa habitación al lado del sargento Sandoval; el contador Lorenzo Calvis; Luis Aurelio Benavides Domínguez técnico de Vialidad, que ofrece mensuras y peritajes; el abogado Sergio Vásquez que atiende juicios civiles y criminales, con un local de consulta en calle Condell. Los anuncios publicitarios emulan a los grandes periódicos de Puerto Montt, y los réclames no parecen ser tan audaces ni agresivos, aunque, guardando proporciones, su lectura es bastante entretenida: Vestir bien no es vestir cualquier prenda, sino la que exhibe Novedades Chichi, de Juanita Monfil. Leo los nombres de la Panadería Arteaga, Casa Holmberg, Bodega La Catalana, Cabaret el Zeppelín, La Bandera Blanca y el Café Oriente. Se divisan a lo lejos La Bota Verde, la Botica Vidal de la señorita Amalia, Casa Sandra, Casa Paquita, residencial La Pastora y las librerías de Guillard y Julia Casas Barril.
Rosa Cuevas y Victoria Travotich
Rosa Cuevas, ha nacido en Lo Miranda en 1907. Es hija de Dolorinda Droguett Miranda y de Albino Cuevas Pinto. Llega en silencio a quedarse a la Pampa del Corral, acompañando como doméstica a la profesora Anastasia Díaz, mandada a llamar por los administradores ingleses para enseñar en la escuelita de la estancia de la sociedad, ubicada en Coyhaique Bajo, la ciudadela de los ingleses de la Compañía Ganadera. Acuden en carretela en 1929, por los caminos abiertos de los coironales de la pampa, saliendo desde Lago Blanco o la Estancia Huemules hacia el valle del río Coyhaique. El silencio hiere. El frío, incomoda.
No pasan más de dos días cuando llegan a la entrada de las sendas por donde los gauchos y peones acostumbran a quedarse descansando. En torno a los fogatones de la tarde, churrasquean una truqueada. Se acomodan en los cojinillos. Se vive ahí una atmósfera pesada, de potreros mal terminados, de alambres de púas. Pero, eso sí, hay una cancha de fútbol para ver a los marcarruedas y los carabineros, además de árboles derribados que sirven de asientos para mirar las cachañas de los chilotes. Rosa Cuevas y su patrona se quedan en silencio observando esta primera escena que es por donde va entrando la vida que aparece.
Pronto aprenden a cabalgar, a subirse a las carretas de bueyes, a caminar solas por los cañaverales del Divisadero. Conocen a los primeros curas servitas que adentran sus pasos por la selva hostil para venir a organizarse en los poblados. Recuerdan al presbítero Weisser, los días de la estancia de la Escuela Agrícola, la figura de los primeros hoteleros, Cádagan y Arévalo, de la primera matrona, Julia Bon, el doctor Cruzat, Chindo Vera en Puerto Aysén, a Juan Carrasco en Los Machos, el de la casa bruja.
Cuando llegan las grandes nevazones de mayo y junio, se atacan los fuegos con mucha gente lanzando bolas de nieve hacia las llamas. El agua prácticamente no está acondicionada para el consumo, no existe como tal. Hay que ganársela, caminando hasta las grandes caídas a los pies de la Piedra del Indio o en las bardas del regimiento. Su amiga Victoria Travotich es la estafeta de correos instalada en la casa bruja. Cuando llega el valijero a caballo, es la hora de juntarse en la casita a los pies del río para oírla a la Victoria cantar los nombres desde los sobres.
A Coyhaique le cambiaron de nombre unas cuatro veces. Fue primero La Cancha, hacia 1918 cuando se armaban las estancias. Con los primeros movimientos de animaladas se le dijo Pampa del Corral, debido a los rediles de los carabineros. Luego fue Baquedano, pero ya había uno cerca de Antofagasta y comenzó a extraviarse la correspondencia. Quedó como Coyhaique por uno de los ríos que lo circundan.
No hay duda: todo es muy diferente cuando alguien descubre cosas que permanecen escondidas detrás de una frágil memoria.
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